La Torre Del Angel Verde by Tad Williams

La Torre Del Angel Verde by Tad Williams

autor:Tad Williams [Williams, Tad]
La lengua: spa
Format: epub, mobi
Tags: Fantasía, AAA_enauxi
publicado: 2010-07-25T05:00:00+00:00


XIX

Taimado como el tiempo

S

uponéis que Simón puede estar por ahí abajo?

Binabik alzó la vista de su cordero acecinado, que había estado cortando en trozos pequeños. Era su comida de la mañana, si es que podía hablarse de mañana en un lugar falto de sol y de cielo.

—Si se encuentra en los subterráneos —repuso el hombrecillo—, temo que sólo haya una pequeña posibilidad de dar con él. Lo siento, Miriamele, pero hay kilómetros y kilómetros de túneles.

¡Imaginarse a Simón caminando solo y en la oscuridad! Tal idea le dolía profundamente. ¡Se había mostrado tan cruel con él!

Desesperada por pensar en algo distinto, Miriamele preguntó:

—¿De veras construyeron los sitha todo esto?

Las paredes eran tan altas, que la luz de las antorchas no alcanzaban el techo. Encima de ellos no tenían más que una intensa capa negra y, de no ser por la ausencia de estrellas y de aire libre, ella y el gnomo podrían haberse hallado sentados bajo la nocturna bóveda celeste.

—Lo construyeron con ayuda de sus primos, según leí... Precisamente de aquellos seres cuyos mapas vos copiasteis. Otros inmortales, amos de la piedra y la tierra. Eolair afirma que algunos todavía viven debajo de Hernystir.

—¿Quién podría vivir allí abajo? —exclamó la princesa—. ¡Sin ver nunca el día!

—No me entendéis —sonrió el gnomo—. Asu'a estaba inundada de luz. El castillo en que vos vivíais fue edificado encima de la gran casa de los sitha. Asu'a tuvo que ser sepultada para que pudiera surgir Hayholt.

—¡Pero no tenía por qué permanecer enterrada! —protestó Miriamele.

—Nosotros, los qanuc —contestó Binabik—, creemos que el espíritu de un hombre asesinado no puede reposar, y que se introduce en el cuerpo de un animal. En ocasiones persigue a quien lo mató, y otras veces se queda en los lugares que más amó. En cualquier caso, el espíritu no encuentra la paz hasta que se haya descubierto la verdad y el crimen tenga su merecido castigo.

Miriamele pensó en los espíritus de todos los sitha asesinados y se estremeció. Había percibido más de un extraño eco desde su entrada en los túneles existentes debajo de San Sutrino.

—No pueden descansar.

Binabik alzó una ceja.

—Aquí hay algo más que espíritus inquietos, princesa.

—Bien, pero... eso es lo que es el Rey de la Tormenta, ¿no? —preguntó en voz más baja—. Un alma asesinada que busca venganza.

El gnomo puso cara de preocupación.

—No me gusta hablar de tales cosas en este sitio. Además recuerdo que él mismo se provocó la muerte.

—Porque los rimmerios lo tenían cercado y lo iban a matar de todos modos.

—Hay cierta verdad en lo que decís —admitió Binabik—, pero os suplico que no sigáis. Ignoro qué puede haber por aquí, y qué oídos nos escuchan. Por consiguiente opino que, cuanto menos hablemos de esos asuntos, mejor estaremos. En muchos aspectos.

Miriamele inclinó la cabeza, de acuerdo con él. De hecho, se arrepentía de haber tocado el tema. Después de más de un día andando por las desconcertantes sombras, la idea del enemigo no muerto estaba ya suficientemente cerca.

La primera noche no habían penetrado mucho en los túneles.



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